martes, 29 de marzo de 2011

La práctica de la enseñanza cristiana

Por Luis E. Llanes

Dios es el Maestro de los maestros. Fue el primer maestro del hombre. Fue el maestro que empleó las mejores técnicas para la enseñanza de sus criaturas racionales con el propósito de darse a entender. Fue el instructor personal de aquellos que se encargarían de transmitir las verdades eternas a los demás hombres.

Sus siervos, aquellos a los cuales les encomendó la tarea de la transmisión y enseñanza, emplearon técnicas didácticas avanzadísimas para presentar la verdad de Dios a la humanidad perdida. Si analizamos detenidamente las formas empleadas por los hombres de Dios en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, notamos que toda esa gama de recursos gira alrededor de un principio fundamental: la objetivización representativa de las verdades morales y espirituales para que ellas pudieran ser comprendidas por el hombre natural por medios diversos que a continuación vamos a analizar.

1.3.1 Métodos didácticos empleados por los escritores del Antiguo Testamento.

1.3.1.1. Enseñanzas por medios de lecciones objetivas.

1.3.1.1.1. Representación del bien y del mal de la vida y la muerte (Génesis 2:9; 4:17).

Dios estaba apelando a los sentidos de Adán y Eva: “árbol delicioso a la vista”, “de todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás...”. Sus sentidos fueron impresionados constantemente por medio de estas ilustraciones objetivas, que como voces mudas estarían recordando el mensaje y la amonestación de Dios. Vista, gusto, olfato, tacto se combinarían para traer a la mente la enseñanza representada objetivamente través de esos dos árboles.

1.3.1.1.2. Sacrificio del cordero para representar la remisión de pecados por medio del derramamiento de sangre de un substituto.(Génesis 4:3-5).

A esta representación objetiva de esta gran verdad divina, se añadía la práctica constante, la ejercitación frecuente que les ayudaría a recordar cuestiones que nunca debían olvidar: que eran pecadores, que había una necesidad espiritual, que necesitaban perdón, que había provisión para la solución y muy importante: que los preparaba para entender mejor el concepto de expiación y redención proyectados hacia el cumplimiento en el Calvario.

1.3.1.1.3. La construcción del arca: figura de la salvación brindada de gracia a todos los que creyeran en el mensaje de Noé. (Génesis 6:7).

Noé estuvo predicando, según se cree, alrededor de 120 años. A su mensaje Dios le añadió una actividad: la construcción del vehículo que se constituiría el medio de salvación para todos. La construcción del arca vendría a dar fuerza al mensaje. Hasta ellos tenían la oportunidad de contribuir con su esfuerzo e intervención para concretar el plan y así, alumnos y maestro contribuirían al aprendizaje de la lección que todos debían aprender y de la cual todos se beneficiarían con los resultados posteriores.

1.3.1.1.4. Muchos de los profetas ilustraban el mensaje recibido de parte de Dios. (Jeremías 27:2; capítulo 32; Ezequiel 24; Oseas 1-3, etc.)

En ocasiones los mismos profetas y aún sus propias familias eran tomados por Dios como “señal” o ilustración (símbolos objetivos) ante el pueblo. Fracasos, dolores, frustraciones, muerte; todo era tomado por Dios para enseñar alguna verdad espiritual que su pueblo debía aprender, algún menaje que quería entregar, alguna amonestación que quería proferir, alguna palabra de consuelo que quería enviar.

1.3.1.1.5. El medio natural empleado y tomado como ilustración objetiva para la enseñanza de una verdad moral.

Animales como los corderos, el caballo, el buey, los conejos, las hormigas, los perros, el león, las víboras, etc. cuyas características naturales eran ilustrativas de una verdad que Dios quería que aprendieran. Las plantas como el olivo, la uva, la higuera, el almendro, etc. eran tomados como ejemplos de verdades espirituales, morales y sociales.

1.3.1.1.6. La poesía como medio de enseñanza.

Los libros poéticos, abundantes en figuras retóricas, fueron un medio altamente expresivos del masaje de Dios. Las parábolas, paralelismos, máximas, diferentes composiciones literarias, etc. haciendo que la verdad fuera mas fácil de aprender.

1.3.1.1.7. El cántico como medio de aprendizaje. (Deuteronomioo 31:19; Isaías 26:1; Cantares, Salmos, etc).

Se ha comprobado que el cántico es el medio mas efectivo para aprender lo que no seríamos capaces de aprender por medio de la prosa oral. La música le imprime a la poesía un toque incomparable, haciendo posible la impresión de la letra en la memoria. Tanto fue así, que el mismo Dios inspiró y movió algunos de sus siervos, no solo para que narraran hechos, sino para que fuesen cantados también. Muchos de los salmos eran cantados por el pueblo y en ellos mismos se exhorta al pueblo a “cantar a Jehová” “haciéndolo bien”.

1.3.1.1.8. Los grupos corales.

Las interpretaciones corales, aunque monódica, sin embargo, servían como vehículo para transmitir en mensaje y el sentir de Dios. Un ejemplo de ello lo tenemos en el Cantar de los Cantares. Una composición musical en forma de cantata donde intervenían dos solistas y el coro de mujeres en sustitución de los posibles actores en escena.

1.3.1.1.9. La danza.

Otra de las formas utilizadas en el A. T. como medio de comunicación y enseñanza del mensaje, era la danza. Esta era una manifestación plástica que expresaba una verdad o hecho para ser recordado. Un ejemplo de ello lo tenemos a raíz de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. “Y María la profetiza, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danza, y María les respondía: Cantad a Jehová porque en extremo se ha engrandecido, ha echado en el mar al caballo y al jinete” (Éxodo 15:20-21; véase además Jueces 21:19; Salmo 149:3 ; 150:4)

1.13.1.1.10. El discurso y la repetición.

Muy frecuentemente vemos a los maestros de Israel, levantarse, reunir al pueblo y proferir un discurso inspirado de parte de Dios; ya de condena, ya de aliento y esperanza, ya de recordatorio. El mensaje hablado era un vehículo práctico, pero para su asimilación era necesaria la repetición constante hasta que la verdad era aprendida y hecha parte del pueblo.

1.3.2. Método didáctico en el N. T.

El N. T. sigue, básicamente, el mismo principio del A. T., pero notamos algunas variaciones y adiciones en el método:

1.3.2.1. La metodología de Jesucristo.

1.3.2.1.1. El discurso.

En ocasiones se dirigía a grandes multitudes y levantando su voz comenzaba a predicar y a enseñar. La forma de transmisión oral formaba parte de las costumbres de aquellos tiempos. Algunos creen que al igual que en el caso de Nehemías 8:7, cada cierta distancia había repetidores de las palabras del discurso de Jesús para que los que estaban lejos supieran lo que él les decía. En los evangelios se encuentran rasgos de la repetición oral original.

Antes de que se escribiesen los evangelios, los Apóstoles, que fueron testigos auriculares de las palabras de Jesús, repetían la historia, los hechos y las palabras de su Maestro, hasta que fueron escritos los cuatro evangelios. Posteriormente se leían en las congregaciones. Jesús tenía pleno dominio de su discurso. Sus palabras eran tan elocuentes y les impregnaba tanta fuerza, que las multitudes no se cansaban de oírlo y “se admiraban de su doctrina porque les enseñaba con autoridad” (Mateo 7:28-29)

1.3.2.1.2. Por medio de ilustraciones que le brindaba el medio y la naturaleza en general.

Jesús tenía una mirada aguzada. Él sabía aprovechar todo el caudal de ilustraciones que le brindaba la naturaleza y el medio en que se movía. Para él todo tenía significado; un significado aplicado a la necesidad espiritual de sus oyentes.Para enseñarles el cuidado y la preocupación de Dios por sus hijos podía decirles a sus discípulos: “mirad las aves del cielo”, “considerad los lirios del campo”. Tenía una habilidad extrema para extraer enseñanzas prácticas para el vivir diario; “no siembran ni recogen en graneros”, “crecen, no trabajan ni hilan”; era atinado en hacer una aplicación ajustable a la necesidad que le rodeaba: “No valéis vosotros mucho mas que ellas” (Mateo 6:25-34)

1.3.2.1.3. Utilizaba el material humano para ilustrar sus verdades.

Para ilustrar la naturaleza de la humildad, tomó un niño del grupo, lo puso en medio de ellos y les dio una lección objetiva haciendo una aplicación práctica para sus discípulos. Esto sería inolvidable para ellos. Siempre que vieran a un niño, recordarían la enseñanza dada por Jesús.

1.3.2.1.4. Institución de prácticas permanentes para recordarles enseñanzas básicas e importantes.

La institución de la Santa Cena sería una actividad que les recordaría, por sobre todas las cosas a la Iglesia, verdes eternas y fundamentales que no debía olvidar: El propósito de su sacrificio, el significado, valor, eficacia y vigencia de su sangre para limpiar el pecado de la humanidad. Recordaría también la proximidad de su segunda venida y la necesidad de vivir una vida santa para participar de ella.El bautismo en agua es otra práctica instituida por Jesús, cuyo objetivo Pablo enseña en el cap. 6 de Romanos: Muerte y sepultura á una vida vieja y pecaminosa y resurrección a una vida nueva y santa en Cristo Jesús. Esto habría de ser una lección objetiva y un testimonio eterno de una experiencia espiritual previa efectuada por el Espíritu Santo en la vida de todo creyente.

1.3.2.1.5. La parábola.- Jesús la utilizaba frecuentemente para enseñar verdades espirituales y morales.

En ocasión eran entendidas por sus oyentes (Mat. 21:41); en otras ocasiones ni aún los discípulos las entendían, pero a ellos Él se las explicaba aparte. (Mateo 13:36). Esto lo hacía a propósito y circunstancialmente. La parábola es una metáfora que se caracteriza por la comparación. Para esto, Jesucristo utilizaba historias y hechos de la vida cotidiana, vivencias naturales conocidas por todos, para extraer de ellas enseñanzas morales y explicar verdades espirituales.

1.3.2.1.6. En el caso de sus discípulos, estas personas llamadas especialmente para la realización de su obra, no solo les enseñaba teóricamente, sino que de cuando en cuando, los mandaba a poner en práctica lo aprendido por medio de la ejercitación y experimentación. En esta forma confirmarían y ampliarían sus conocimientos capacitándolos posteriormente para transmitir esas mismas verdades, después de Su partida.

1.3.2.2. El método apostólico y de otros escritores.

Cuando analizamos el libro de los Hechos, no encontramos variedad de formas para enseñar a la Iglesia, que pudieran haber sido empleadas por los maestros apostólicos. Sabemos que la Iglesia era doctrinada, pero no se recalca formas. La mayoría de las veces que leemos acerca de los apóstoles en su ministerio de enseñanza, lo hacían por medio de discursos que exponían las verdades que el mismo Cristo les enseñó, las que el Espíritu Santo les reveló y las que las circunstancias imponían. Aunque cabe la posibilidad, que bajo el influjo del ejemplo dejado por Cristo, ellos hayan utilizado las mismas formas.

Sabemos que dentro de la Iglesia los maestros ejercían su ministerio. En Antioquia “había profetas y maestros” que exhortaban a desplegar una labor encaminada a fomentar la vida espiritual por medio del aprendizaje de la Palabra como ya he manifestado antes. En sus epístolas, los escritores inspirados hacen uso de todo su conocimiento doctrinal y utilizan todas las figuras retóricas del lenguaje para ilustrar todas las verdades espirituales como la salvación, la resurrección, la vida cristiana y muchas mas. Apelan al conocimiento que tenían de las experiencias del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y lo toman como ejemplo, en toda las áreas de desenvolvimiento nacional, para extraer enseñanzas y hacer aplicaciones espirituales para ayudar, aconsejar y prevenir a la Iglesia por medio de aquello que “era figura de las cosas que habrían de venir”.Junto con la lectura de los Evangelios y las epístolas, a medida que iban siendo escritas, se hacía una exposición de una porción de la Palabra para la instrucción de los creyentes.

Toda esta actividad educativa era promovida por el mismo Espíritu de Dios para hacer de la Iglesia un cuerpo sano, un edificio bien construido, un templo donde el Espíritu de Dios more, una esposa bien ataviada, para cuando su Esposo venga por ella.

Conclusión.

Todo lo que digamos y hagamos para hacer de la enseñanza la piedra angular sobre la cual la Iglesia se edifique, es poco. Es poco mientras veamos la indiferencia de los creyentes hacia el estudio de las verdades eternas que Dios se dignó a revelarlas y la Biblia y la Biblia para nuestra orientación. Es poco mientras que veamos una Iglesia dormida en los laureles del emocionalismo pasajero, mientras veamos la tempestad “dando con ímpetu en el fundamento”, mientras veamos irse al suelo “edificios completos”.

Mientras se oiga la voz profética diciendo: “Mi pueblo pereció por falta de conocimiento” ; mientras veamos a pastores y laicos entretenidos, más por el formalismo y legalismo rancio, que por la verdadera sustancia del Evangelio; mientras que las congregaciones sean devoradas por el lobo, y las ovejas se vayan detrás “del extraño y del que no es el pastor"; mientras que haya una Iglesia sin visión misionera; mientras que haya líderes que no entiendan su posición dentro del Cuerpo; mientras que haya gentes “que ya se la saben todas”; mientras que haya un creyente que no sepa “dar razón de la esperanza que hay en él"; mientras que estas y otras cosas más ocurran dentro de la Iglesia de Jesucristo, será poco el énfasis que se le imprima al estudio de la Palabra.

Hay que detenerse en la carrera. Considerar las sendas antiguas y difíciles por donde transitó la Iglesia en tiempos pasados. Hay que considerar el por qué ha permanecido a través de la historia, con el propósito de que seamos capaces de concluir la obra a la altura de aquellos que la comenzaron.

Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut. Rep.Argentina.

Los alumnos

Por Luis E. Llanes.
Revisado y ampliado por Alba L. Llanes.

La primera pregunta que debe hacerse el maestro, cuando va a hacer el planeamiento de su materia, es: ¿a quién o quienes necesito tener en cuenta a la hora la de confección de mi plan de estudio? Antes que nadie, tenemos que tener en mente a los alumnos a los cuales vamos a enseñar. Ellos son nuestros referentes.

Quizás parezcan pueriles estas preguntas, pero hay una tendencia alarmante que es la de reflejar lo que, como maestros, queremos saber nosotros, mientras nos olvidamos de lo que los alumnos necesitan aprender: lo que YO quiero lograr para MÍ mismo, y no lo que yo debo lograr en mis ALUMNOS. Esto da como resultado un planeamiento a la altura de MI mente, de MIS expectativas y de MIS necesidades personales, en el que no tengo en cuenta la mentalidad de los ALUMNOS, SUS necesidades y SUS expectativas.

El resultado de todo esto es la generación de enseñanzas, ya sofisticadas ya simplistas que, o bien le son imposibles de aprender, a los alumnos, o bien no responden a sus expectativas y necesidades de aprendizaje.

En el primero de los casos ocurre, por ejemplo, que un profesor puede suministrar u obligar a aprender toda una serie de detalles enciclopédicos sobre un tema, que realmente no son pertinentes, o importantes o necesarios para lo que el alumno necesita conocer. La esencia del contenido fundamental del asunto a tratar se difumina, se pierde, en una nebulosa de datos y conceptos secundarios, a los que el alumno puede acceder más adelante, si así lo llega a requerir. Puede ser también que el maestro emplee un lenguaje tan elevado y técnico, que los estudiantes no alcancen a comprender, por ejemplo, un lenguaje doctoral, apto para alumnos de ese nivel académico, en una clase de alumnos principiantes de doctrina bíblica.

En el marco de lo tratado en el párrafo anterior, cabe añadir aquí que, en ocasiones, encontramos a personas que ejercen la profesión docente, cuyo mayor interés parecería ser el despliegue ostentosos de sus propios conocimientos; o también, otros que saben mucho, pero carecen de las aptitudes y habilidades necesarias para efectuar la transposición didáctica, y entonces quieren hacer recaer en los alumnos toda la responsabilidad del proceso educativo, entendido este en sus dos aspectos complementarios: enseñanza y aprendizaje.

En el segundo de los casos citados más arriba, el maestro ofrece un contenido tan empobrecido, que no satisface las demandas de conocimiento que tienen los estudiantes. En ambas situaciones, los alumnos se constituyen en entes pasivos; y el docente, en un radio grabador impersonal, simple transmisor de enseñanzas elaboradas, que nada tienen que ver con las necesidades del grupo.

Para resolver este problema, el maestro tiene que conocer al grupo de estudiantes que tiene delante. Si es primera vez que les va a enseñar, es bueno que indague, con las autoridades pertinentes de la institución, las características generales de los alumnos a los que va a enseñar: procedencia, grado de escolaridad, tiempo de convertidos, si han realizado estudios bíblicos previos en sus iglesias y qué clases de estudios han tenido, sus gustos particulares en el estudio de la Biblia - el aspecto histórico, el aspecto doctrinal, etc.-, la oscilación de las edades, los intereses particulares, las proyecciones ministeriales, los conocimientos previos que pueden tener los alumnos, sobre el tema a tratar, y cualquier otro dato que el maestro crea que le pueda ayudar. Aunque no son ciento por ciento determinantes, estos datos, le van a proveer de elementos de juicio que le guiarán y ayudarán en la confección del plan [1].

Notas:

[1] En el caso particular de los conocimientos previos de los alumnos, sobre un tema determinado, cabe la siguiente observación: debido a que el Plan General del Curso es hecho antes de comenzar a ser dictada la materia, este aspecto debe ser manejado por el maestro a la hora de abordar cada lección. Por esta razón, el docente competente tendrá en cuenta cierto margen de flexibilidad, en la diagramación del Plan de Curso, para poder realizar las adaptaciones pertinentes, de cada lección, en función de dichos conocimientos previos.

© Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad, Puerto Madryn, Chubut, Rep. Argentina. Alba L. Llanes. EDICI. Rancho Cucamonga, CA. 2008.


Los componentes del proceso educativo cristiano

Por Alba Llanes



Se enseña que el proceso educativo contiene tres términos: el maestro, el alumno y la lección. Vale aclarar que, en el “molde” de “maestro”, se coloca toda persona que enseñe, ya sea sistemática o asistemáticamente: padres, familiares, amigos, maestros, opinión pública, medios masivos de comunicación, etc.

Pero el proceso educativo cristiano agrega un cuarto término: el Espíritu Santo de Dios. Él es quien opera directamente sobre los otros tres términos. Él es el factor vital que hace que la Educación Cristiana sea CRISTIANA. Cuando el Espíritu Santo no está presente en el proceso educativo, el maestro y el alumno pueden ser cristianos, aún el contenido de la clase puede versar sobre temas bíblicos, pero no habrá verdadera EDUCACION CRISTIANA, sólo simple instrucción religiosa.

El Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de verdad:

1) Opera a través de los ministerios constituidos por Cristo, para edificación de la Iglesia y el creyente.

2) Reparte dones espirituales que capacitan al maestro cristiano para el ejercicio de su ministerio.

3) Ilumina la mente del maestro y del alumno para que puedan entender la Palabra de Dios.

4) Unge la vida del maestro para que pueda transmitir la verdad bíblica con poder y autoridad.

Para “hacer carne” la magnitud de nuestra labor como maestros cristianos, es menester analizar todos los aspectos relacionados con cada uno de los términos del proceso educativo: la constitución espiritual y psíquica del maestro y del alumno, así como las condiciones socioculturales y espirituales que rodean a ambos; las cualidades, responsabilidades, preparación y actividad del maestro cristiano; el desarrollo psicológico y espiritual del alumno; los contenidos a ser impartidos en la lección, los métodos, recursos, técnicas que se emplearán en la exposición de la misma, y la manera de organizar y de presentar la lección.

Tomado de: Llanes, Alba. Seminarios de Capacitación en Educación Cristiana. Módulo 1: “Introducción a la Educación Cristiana”. Los Ángeles, California, 2003 / Rancho Cucamonga, California: EDICI, 2007. Parte del material de este seminario fue preparado originalmente para la materia “Escuela Dominical”, del primer año de estudios del Instituto Bíblico Patagónico, y que fue dictada por la autora, desde 1994 hasta 1998.

Teología de la enseñanza cristiana

Por Luis E. Llanes.
 
Decimos que el ministerio de la enseñanza cristiana tiene que ser motivado por una verdadera vocación divina. Por vocación entendemos, entre otros significados, “la aptitud especial para una profesión o carrera”. Si bien es cierto que algunos ejercen el magisterio cristiano sin sentir una vocación hacia el mismo, en sentido general observamos que son más los que realmente tienen esa aptitud y capacidad especial para ejercer ese servicio tan importante dentro de la Iglesia.

Lamentablemente, vemos también a muchos enseñando la Palabra de Dios sin ser verdaderos maestros por vocación. Sin embargo, cuando hablamos del verdadero magisterio cristiano, podemos decir que este es mucho más que una vocación. La Biblia lo describe como un don concedido por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:29; Romanos 12:7), y como un ministerio constituido por Cristo (Efesios 4:11) para la edificación del cuerpo de Cristo.

El eje central alrededor del cual gira la teología del magisterio cristiano es Jesucristo. A Jesucristo, el Rabí de Galilea, lo vemos enseñando en las sinagogas, en las casas, en las calles, en los caminos. En ocasiones, eran grandes multitudes las que se constituían en sus discípulos. En otras, sus enseñanzas eran dirigidas al grupo pequeño de sus discípulos allegados: los 12, por ejemplo. Inclusive, en varias oportunidades tomó tiempo suficiente, sin apuros, para discipular a una sola persona, un Nicodemos o una samaritana. A Jesús no le interesaba la cantidad de oyentes, ni su condición. Su interés primordial era el contenido de su enseñanza dentro de la cual de una forma preferente trataba del tema del Reino de Dios con los hombres, a fin de que éstos cambiaran de actitud para entrar en él.

Para este trabajo no desperdiciaba oportunidades. Sus enseñanzas eran dirigidas, tanto a doctores de la ley como al populacho ignorante. Él llevaba dentro de su alma y era parte de su vida la enseñanza de todos los principios divinos sobre los cuales habría de establecer su reino. Casi todo su ministerio público y privado fue enseñar.La enseñanza fue su actividad distintiva. La gente no lo conocía bajo el nombre de “el obrador de milagros” o “el resucitador de muertos” , aunque realmente lo era, sino que lo conocían como el Maestro y, como tal, lo reconocían. “Rabí...” lo llamaban.

Jesús le dio una importancia suprema a la enseñanza de Su Palabra. La Biblia resalta y enseña tanto en el Antiguo Como en el Nuevo Testamento, la importancia de la enseñanza, como pivote fundamental en el plan de dios para la edificación de la vida espiritual de Su pueblo.

1.2.1. La enseñanza en el Antiguo Testamento.

En el antiguo Testamento tenemos evidencias y mandamientos expresos que nos indican la importancia de la enseñanza dentro del pueblo de Dios, y el interés del Señor en la educación religiosa de Su pueblo. El primer maestro de Israel fue el mismo Dios (Éxodo 4:12; Deuteronomio 4:5). Él mismo transmitió sus leyes y estatutos a través de hombres elegidos por Él a quienes constituyó en enseñadores o maestros. Éstos tenían la firme convicción de que lo que ellos enseñaban al pueblo era algo recibido directamente de Dios. Muchas de las naciones paganas que rodeaban a Israel tenían sus enseñadores, pero la diferencia era que, mientras que las enseñanzas, leyes y estatutos de esos pueblos eran de pura invención humana y comunicada a través de hombres impíos; el pueblo de Dios, Israel, podía contar con la revelación directa del Dios vivo y verdadero, y a través de hombres santos, elegidos por Él, trasmitía y enseñaba las verdades sublimes que le servirían de ayuda y guía a Su pueblo, de tal forma que esas mismas naciones podían testificar “Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es ésta” (Deuteronomio 4:6b).

Dios ordenó a los dirigentes de Israel y les dio la responsabilidad suprema de la instrucción religiosa de Su pueblo (Levítico 10:11; Deuteronomio 4:9; 11:19). Muy especialmente, levantó profetas y sacerdotes, los cuales enseñaban, recordaban, vigilaban, denunciaban y restauraban. Pero esta responsabilidad llegaba más allá de los altos dirigentes. Esta alcanzaba a los padres de familias a los que se les ordenaba a enseñar, recalcar, recordar a su familia, en su casa los principios espirituales revelados por Dios. “Antes bien, les enseñarás a tos hijos y a los hijos de tus hijos” (Deuteronomio 4:9). “Y las enseñarás a los hijos de tus hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 11:18-21).

Era de suma importancia para la estabilidad espiritual del pueblo, para su crecimiento moral e intelectual, para su progreso económico y estabilidad política la formación integral desde la base, desde la cuna, pues de esto dependía las buenas relaciones con su Dios y el éxito en todos los campos en la vida personal, familiar y nacional.

¿Cuáles eran los efectos en los dirigentes, y por consecuencia en el pueblo, cuando descuidaban o ignoraban la enseñanza divina? La crisis venía galopante. Entre los muchos ejemplos que pudiéramos recordar, tenemos el lapso oscuro en el reino de Judá entre los reinados de Ezequias y Josías. Los reyes intermedios, Manases y Amón hicieron caso omiso a las enseñanzas del libro de la ley, y se sumieron en las prácticas más abyectas del paganismo imperante, desoyendo la voz profética que se alzaba contra ellos. Por esta causa se excedieron en sus abominaciones más que sus mismos enseñadores paganos. La voz de la enseñanza sistemática de la ley estaba apagada, pues el libro de la Ley estaba perdido entre los escombros de un templo deteriorado y un pueblo extraviado sobre el cual recaía el peso de la crisis espiritual, moral y política y sobre todo bajo el peso del juicio de Dios que insoslayablemente los alcanzaría. (2 Crónicas 33).

¿Cuáles eran los resultados cuando se le daba lugar a la enseñanza de la Palabra? El mismo reinado de Josías nos lo muestra. El hallazgo del libro de la ley, su lectura, su puesta en práctica, produjo una revolución espiritual, una conmoción nacional, un avivamiento religioso tremendo que hizo detener la mano de Dios postergando el juicio sobre la nación. (2 Reyes 22-23). Otro ejemplo de los efectos benefactores del estudio y aplicación de la Palabra , lo tenemos en los tiempos de la restauración bajo Nehemías y Esdras. (Nehemías 8). En medio de toda la actividad que se estaba desplegando, este hombre de Dios entendiendo todos los problemas espirituales de su pueblo percibió la necesidad de hacer un alto. El punto fundamental no era restaurar los muros, ni la ciudad, ni aún el templo. Toda aquella situación desastrosa no era más que los efectos físicos y visibles de una triste realidad: la caída espiritual del pueblo. Era menester, en primer lugar, reedificar los muros espirituales del pueblo para que los muros de piedra no fueran destruidos otra vez. Trajo, pues, el Libro de la Ley. De una forma organizada, consciente y sistemática comenzó a enseñar al pueblo y recordar las palabras olvidadas y descuidadas. Los resultados no se demoraron, fueron evidentes: Dios pudo llegar al corazón del pueblo a través de “la espada de dos filos” y un gran avivamiento se produjo en medio de ellos.

Antes de terminar de analizar este aspecto, debemos señalar la actividad profética en el área de la enseñanza, porque la misma adquirió importancia capital en los tiempos críticos de la monarquía hebrea. Desde los tiempos de Moisés, los sacerdotes y levitas estaban encargados de la instrucción religiosa del pueblo en una forma particular y especializada. Su deber era explicar la ley de Dios a fin de que las gentes la comprendiesen. En los grandes períodos de decadencia nacional, como es el que nos ocupa, la clase sacerdotal, en su gran mayoría perdió de vista sus funciones espirituales y llegó a plegarse al tipo de vida que, en el ámbito religioso, establecían los monarcas de turno. Hubo excepciones, como en el caso del sacerdote Joiada pero, en sentido general, la función sacerdotal se rebajó y en el área de la enseñanza se descuidó. En medio de la crisis, Dios levantó profetas para que anunciasen la voluntad de Dios, e inclusive para que la enseñasen al pueblo, y a un grupo selectos de hombres que la conservarían cuidadosamente.

Es en medio de esta situación, que surgen las escuelas de profetas, verdaderos seminarios de la antigüedad, a donde no solo asistían los miembros de la clase sacerdotal llamados a un ministerio profético, sino otros hombres, de diferentes tribus llamados a este servicio. Estas escuelas, como sabemos, datan de los tiempos de Samuel, que pertenecía a la clase sacerdotal, y al cual Dios levantó como profeta, en medio de la crisis de su época. Él instituyó las primeras “compañías de profetas”, la cuales estaban formadas, como dijimos, por jóvenes dispuestos a enseñar al pueblo para sacarlos de la mortandad espiritual (1 Samuel 19:18-20; 10:10, 11).

Se dice que dichas escuelas estaban destinadas principalmente al estudio de dos materias: La Ley y la Salmodia con música instrumental. A esta actividad en la que se vincula la exposición y predicación de la Palabra con música, se le llamaba “profetizar” (1 Crónicas 25:1) entendiendo que, muchas veces, la actividad profética predictiva estuvo vinculada con manifestaciones artísticas, incluyendo la música. Tiempo más tarde, bajo los ministerios de Elías y Eliseo, se establecieron escuelas o compañías de profetas en distintos lugares de Israel: Gilgal, Betel, Jericó. Tanto Betel como Jericó eran centros idolátricos donde estos jóvenes podían desarrollar su ministerio de enseñanza.Tal y como lo vemos en 2 Reyes 2:7; 4:43-44; 6:14, estas escuelas eran relativamente grandes. Tal fue la influencia de las mismas, que tenemos el caso de un rey pagano que, dada la necesidad imperante de la región conquistada perteneciente al reino de Israel, dio órdenes para que se enseñase la Palabra de Dios en el lugar con el fin de detener la ira del Señor sobre una población que pecaba por carecer de conceptos claros sobre la voluntad divina.

Los profetas enseñaban, básicamente, los mandamientos divinos y cómo debían ser aplicados en la vida cotidiana. Por otra parte su actividad se extendía a la revelación del pensamiento y la voluntad de Dios en relación con el hombre. Un resumen de todo lo expuesto puede recoger el siguiente pensamiento: se puede valorar la excelsitud de la labor magisterial profética dentro de Israel, pues siempre superó con creces a la actividad desarrollada por sabios de otras naciones circundantes. Debemos recordar que, a los profetas, no solo les correspondió desarrollar una labor espiritual, sino que, muchos de ellos, desarrollaron gran parte de la literatura canónica del Antiguo Testamento.

Es necesario también hacer una breve observación en relación con la preparación de los sacerdotes y levitas, o sea, los ministros del culto hebreo. Dios estableció que entre las diversas actividades que desarrollarían los sacerdotes y levitas estaría la de enseñar al pueblo la Ley de Dios.

En Levítico 10:9-11, leemos: “Tú y tus hijos contigo, no beberéis vino no sidra cuando entréis en el Tabernáculo de Reunión para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, entre lo inmundo y lo limpio y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés”.

En Malaquías 2:4-7 dice: “Y sabréis que yo os enviaré este mandamiento para que fuese mi pacto con Leví, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mi pacto fue con él de vida y paz, las cuales cosas yo le di para que me temiera, y tuvo temor de mí y delante de mi nombre estuvo humillado. La Ley de verdad estuvo en su boca e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia estuvo conmigo, y a muchos hizo apartar de la iniquidad, porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría y de su boca el pueblo buscará la Ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos”.

Para cumplir este cometido, los sacerdotes y los levitas recibían una minuciosa y sistemática preparación hasta los treinta años en que comenzaba su ministerio público, teniendo en cuenta que la actividad de conocer la Palabra de Dios en profundidad debía de proseguir a través de toda su vida, puesto que ellos tenían que estar enseñando y explicando continuamente al pueblo, no solo la Palabra de Dios que había sido dada con autoridad, sino también aquella que estaba siendo dada por los profetas. De la misma forma que durante el período de decadencia nacional, surgieron falsos profetas, también el servicio sacerdotal, en todos los sentidos, se deterioró y degradó. La lectura de los libros proféticos nos muestra claramente esta tragedia que llevó a la nación judía a sucumbir bajo los efectos del pecado y de la ira de Dios (1)

En el cap. 7 del libro de Esdras tenemos un ejemplo tipo de lo que un ministerio de enseñanza bien ejercido puede producir a favor del pueblo de Dios. Este ejemplo es el mismo Esdras, hombre levantado y elegido por Dios para hacer una obra decisiva e impactante en medio de un pueblo que se disponía rehacer su vida nacional, tanto con lo político como en lo religioso. Este hombre de Dios era levita por la línea de Aarón sumo sacerdote. Dentro de su trabajo sacerdotal, era escriba y doctor de la Ley, maestro de su pueblo. Pero ¿qué clase de maestro? Veamos algunas de sus cualidades. Ellas nos expondrán los principios básicos sobre los cuales pudiera establecerse nuestro ministrerio actual también (Esdras 7:6)

1o. estaba preocupado por indagar responsablemente la voluntad de Dios para su pueblo en esos momentos precisos por medio de los cuales estaban pasando: era diligente en la Ley de Moisés.

2o. Tenía la gracia de Dios en su vida: “le concedió el rey todo lo que pidió”.

3o. Tenía todo el respaldo de Dios: “la mano de Dios estaba sobre él” (Esdras 7:10).

4o. Se preocupaba por su vida espiritual: “Preparó su corazón”.

5o. Buscaba en la Palabra la solución, la ayuda y la orientación para su tiempo: “Inquirió en la Ley”.

6o. Obedecía la Ley: “Para cumplirla”.

7o. Tenía capacidad para enseñarla: “era versado en la Ley” (la conocía bien) (v. 11),“La ley estaba en su mano”.

8o.Su sabiduría fue reconocida: “Era sabio” (v. 25)

9o. La responsabilidad de enseñarla le fue dada: “ A los que no conocen la ley: tú los enseñarás".

Los resultados fueron evidentes (Nehemías 8:9): el avivamiento no tardó. La Palabra, predicada y enseñada con poder y respaldada por una vida de santidad y testimonio, cambió una nación entera.

1.2.2. Perspectiva de la instrucción religiosa en el Nuevo Testamento.

Aunque bajo este sistema de GRACIA, muchas cosas iban a cambiar y otras iban a ser abolidas, sin embargo la enseñanza fue confirmada. Ya hablamos del ministerio de Jesús como maestro. Pero antes de Él ascender al cielo, El reunió a sus discípulos y les entregó lo que llamamos la Gran Comisión.

2.2.1.1. La Gran Comisión.

Entre sus últimas instrucciones, Jesús ordenó a Sus discípulos: “Id y hacer discípulos a todas las naciones... enseñándoles...” (Mateo 28:19-20). Esto significaba que ellos tendrían que desarrollar un ministerio de enseñanza sobre la base de la preparación que ellos habían recibido. Recordemos que, primeramente, que ellos habían estado durante tres años y medio con el Maestro de los maestros, Jesús, recibiendo una preparación especial para la labor que habrían de realizar. Por otra parte, también tenían la promesa de que el Espíritu Santo les revelaría nuevos aspectos de la doctrina que formarían parte de la Palabra de Dios. Estos aspectos no serían dados para ser echados al olvido, sino que serían usados para enseñar a las venideras generaciones cristianas y para que el conocimiento de la Verdad permaneciera inalterable y vigente.

2.2.1.2. El surgimiento y visión de la Iglesia.

El libro de los Hechos nos revela que, desde el principio de la vida de la Iglesia, los apóstoles comenzaron a fundamentarla por medio de las enseñanzas de las doctrinas cristianas, de tal forma que se nos dice que los creyentes, tanto antiguos como los nuevos, “perseveraban en la doctrina de los apóstoles” (Hech. 2:42).

Los apóstoles sentían el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Oían latir aún el mandamiento de Jesús. Preveían la necesidad de fundamentar, antes que otros trataran de hacerlo y no perdieron tiempo. Sobre este fundamento fue que la Iglesia fue edificada a través de los tiempos (Efesios 2:20), y sobre este fundamento es que ha resistido el embate del tiempo y de todas las tempestades (Mateo 7:25).

El trabajo de la enseñanza dentro de la Iglesia primitiva era abarcativo. En ocasiones, vemos a un Felipe, cual Jesús con la Samaritana, dedicando una jornada para enseñar al eunuco etíope, confundido con relación a Jesucristo, y el mensaje del evangelio revelado en Isaías de una forma profética. Es muy lindo y animador tener a grandes grupos para enseñar, pero recordemos que el ministerio del maestro no se caracteriza por la atracción de grandes multitudes, sino por la atención consciente de pequeños grupos que, a veces, se tornan en una sola persona (Hechos 2:42). En otras ocasiones tenemos a un Bernabé y un Saulo que ministraron en la naciente Iglesia de Antioquia: “Y se congregaron allí todo un años con la Iglesia, y enseñaron a muchas gentes; y a los discípulos se les llamó por primera vez cristianos en Antioquia”. Es curioso observar que el primer nombre de los cristianos fue el de “discípulos” o “alumnos”.

El apóstol Pablo le escribe a Timoteo y le da una serie de requisitos que saben caracterizar al obispo (pastor). Le dice que “es necesario que... sea apto para enseñar...” (1 Timoteo 3:2). El pastor es el guía espiritual de la Iglesia, es su sacerdote y su profeta. ¿Puede acaso un pastor desarrollar a cabalidad su ministerio de “apacentar la grey de Dios” si desconoce el tipo de “pasto” apropiado para la alimentación, desarrollo y crecimiento de sus “ovejas”? El desconocimiento doctrinal por parte del pastor, en la mayoría de los casos, ha traído por consecuencia el desvío de la congregación a doctrinas y prácticas sin fundamento escritural. El pastor que ignora trata de suplir ese vacío por medio de formas caprichosas y enseñanzas supuestamente bíblicas. A estos casos, por regla general, les caracterizan los extremos, las extravagancias para “ser diferentes a otros”; apela desmedidamente a la parte emotiva de la congregación más que al intelecto. Más importante para él son las manifestaciones externas, físicas, corporales. Trata con esto de hacer ver que todo ellos es evidencia de la presencia del Espíritu Santo y su respaldo. Muchos casos de manifestaciones histéricas dentro de algunos grupos, cuyos pastores carecen del conocimiento doctrinal necesario han sido tomados como ejemplo por los enemigos del evangelio para echar un velo de duda sobre la verdadera obra del Espíritu Santo de Dios.
El Pastor tiene que tener aptitud para enseñar, pero la aptitud sola no produce nada, o poco. A esta aptitud hay que añadirle conocimiento profundo de la Palabra Revelada. Dios no lo ha colocado a él como “inventor de nuevas doctrinas”, ni “creador de fórmulas nuevas”. “Lo que está escrito, escrito está”, y a ello tenemos que ajustarnos, de lo contrario lo que estaremos formando, en vez de la Iglesia de Jesucristo, será un monstruo. Ningún pastor tiene excusa delante de Dios. Dios ha provisto dentro de Su Iglesia los mecanismos necesarios para su superación. Los Institutos Bíblicos proliferan, cursos dirigidos y por correspondencia abundan; ministerios exclusivos de enseñanza están al alcance para hacer de cada siervo de Él un instrumento “apto para enseñar”.

Aprovechemos lo que Dios nos ha dado; usémoslo para nuestra edificación; despojémonos del orgullo que nos hace creer “que lo sabemos todo” y con humildad acudamos a la ayuda de “Gamaliel” para ser bendecidos. Hay que pensar en el futuro, asentando la base en el presente. Acordémonos de los que vienen detrás de nosotros: aquellos que tomarán la antorcha de la enseñanza para proseguir la edificación del edificio. No sepultemos las posibilidades del presente para asegurar una ruina futura. Para evitar esto, Pablo dio la fórmula: la preparación de los laicos para el desarrollo del ministerio de la enseñanza. La Iglesia Local es la madre de los ministerios y es el lugar idóneo que Dios ha provisto para el nacimiento y desarrollo de ellos. Es de adentro de la Iglesia Local que Dios elige a los ministerios para realizaciones más amplias. Pablo le escribió a Timoteo diciéndole: “Lo que has oído de mi ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2). Estos “hombres idóneos” tienen que ser reconocidos como tales y para ellos el mismo Pablo dice: “Los ancianos que gobiernen bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1 Timoteo 5:17). Los "Pablo", los "Timoteo", los "Tito", fueron primeramente “hombres fieles, idóneos” y fueron capacitados para “enseñar también a otros”; ahora Dios les encomendaba responsabilidades mayores y a niveles más altos.

Es el Pastor, dentro de su congregación, el llamado a fomentar ese espíritu de estudio; es el llamado a detectar a ese tipo de creyentes; es el llamado a capacitarlos; es el llamado a darles el entrenamiento utilizándolos: es el llamado a desatar las ataduras locales, cuando Dios llama a algunos de ellos para prepararlos a niveles superiores y usarlos fuera del ámbito de su Iglesia Local.

2.2.1.3. Necesidad de la enseñanza a la Iglesia.

Hay varias razones supremas para enseñar a la Iglesia.

2.2.1.3.1. Porque la Iglesia necesita ser edificada.

Una de las figuras que utilizan Pablo y Pedro para significar lo que es la Iglesia es la de un edifico en construcción. Como todo edificio, la Iglesia necesita un fundamento sólido para su estabilidad y permanencia. El fundamento de la Iglesia no son las filosofías antiguas y modernas, tampoco una fusión de filosofía con Evangelio, tampoco las nuevas corrientes teológicas de las últimas décadas. La Iglesia tiene un solo fundamento: Las enseñanzas de Jesucristo, sus profetas que hablaron con anticipación sobre Su venida, los apóstoles que transmitieron a la posteridad la narración de su vida y enseñanzas y a los cuales se les reveló los fundamentos de la fe cristiana sobre la cual “todo el edificio...va creciendo...” (Efesios 2:20-21).

La Palabra no solo se constituye en el fundamento sobre el cual se edifica la vida espiritual de la Iglesia, sino que ella es la misma vida que produce el desarrollo, la fortaleza y la estabilidad de ella. Pedro nos dice: “Sed edificados como casa espiritual...” (1 Pedro 2:5), pero en el cotexto anterior se nos presenta como “niños recién nacidos” a los cuales se nos manda a “desear...la leche espiritual no adulterada para que por ella crezcáis para salvación” (2:2). Siguiendo la misma idea, Pedro nos exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:8). Este conocimiento no viene sino a través el estudio diligente de la Palabra.

Pablo corrobora este mismo sentir cuando enseña que la concepción de los dones ministeriales entre los cuales se encuentra, “maestros”, tienen el propósito de hacernos crecer a “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo para que ya no seamos niños fluctuantes” proclives a ser “llevados por todo viento de doctrinas”, sino que con madurez de conocimiento, conscientes de nuestro lugar dentro del cuerpo, seamos capaces de ayudar y ser ayudados.

2.2.1.3.2. Porque las almas necesitan una enseñanza personalizada.

La necesidad de este tipo de enseñanza se establece por el hecho de que muchos, en el transcurso de la vida cristiana. se allegarán a nosotros para “pedir cuenta y razón de lo que creemos” ; oportunidad que Dios nos da para presentar la verdad del Evangelio: “...estad siempre preparados para presentar defensa, con mansedumbre y reverencia ante todo aquél que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). Un Evangelio mal presentado, producto de la incapacidad para esta tarea, conducirá al menoscabo de la Palabra; y su incompetencia, para hacerlo “poder de Dios para salvar”.

2.2.1.3.3. Porque los falsos maestros no pierden tiempo.

Desde antes de que la Iglesia se manifestara el mundo como tal, ya Jesucristo había previsto la realidad del surgimiento de “los falsos profetas” (Mateo 7:15; 24:11 y 24) que tratarían de engañar a las ovejas. Los Apóstoles previnieron a la Iglesia que dentro de ella misma se levantarían “lobos rapaces que no perdonarían el rebaño”, “que hablarían cosas pervertidas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:29-30). El mismo Pablo previno a Timoteo de la siguiente forma: “vendrá el tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina” y que “se amontonarían maestros conforme a su propia concupiscencias y apartarían de la verdad el oído y se volverían a las fábulas” (2 Timoteo 4:4-5). Pedro, tomando como ejemplo la experiencia pasada del pueblo de Dios, dice que, como en el tiempo antiguo, “habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras y aún negarán al Señor que los rescató...”

A través de su historia, la Iglesia ha venido enfrentándose con la actividad sistemática, persistente, nociva y destructora de estos falsos maestros. Estas últimas dos centurias han sido prolíferas en el surgimiento de estos “falsos maestros”, de sectas y movimientos heréticos, que, presentando una imagen falsa de Jesucristo y su Evangelio han arrastrado a miles de incautos tras sí. La actividad sutil de estos falsos maestros, su falsa piedad, ha engañado a muchos, aún dentro de la Iglesia, que ignorantes de la verdad doctrinal, se han dejado llevar de “todo viento de doctrina”, “apostatando de la fe, escuchando a espíritus engañadores y doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos, que teniendo cauterizada la conciencia enseñarán toda suerte de mentiras destructoras".

Ante todo este panorama objetivo, real y experimental, ¿cuál debe ser la actitud de la Iglesia, de cada siervo de Dios, de cada creyente? ¡Hay que abrir los ojos, hay que despertar del sueño! Es verdad que algunos están haciendo mucho, pero muchos están haciendo poco. Si no queremos ver a una Iglesia influenciada por ese panorama, una Iglesia socavada por el error, una Iglesia arrastrada por la avalancha de mentiras sutiles, saquemos la Biblia de los escombros y hagámosla nuevamente el fundamento de la Iglesia. Solo ella, su luz, su verdad, será capaz de preservarla del error, para ser presentada “sin manchas ni arrugas” ante su Novio cuando él venga a buscarla.

Dos ejemplos elocuentes de hasta qué punto Satanás puede ser capaz de socavar los cimientos de la Iglesia con enseñanzas falsas lo tenemos en estas las Iglesias de Pérgamo y Tiatira. A los pastores de estas dos Iglesias se les reprocha la tolerancia y la permisión de falsos maestros, que, con “sus doctrinas de demonios”, influyeron para la perversión moral de muchos dentro de sus congregaciones. No podemos determinar en detalles la forma en que estos falsos maestros y falsas enseñanzas entraron dentro de estas Iglesias y el por qué estos siervos de Dios se encontraban impotentes para actuar y poner en orden las cosas, pero una cosa cierta sí resalta, y es la tolerancia y las consecuencias de ésta: desvío, decadencia moral e impotencia espiritual.

Estos dos ejemplos deben ser una alerta para nosotros. Si no somos nosotros los que enseñamos a nuestras congregaciones, si no somos lo suficientemente sabios, si no tenemos la guianza del Espíritu Santo para que él nos guíe al acudir a los ministerios constituidos por él, si no somos capaces de decir NO “al ángel del cielo que viene con otro evangelio”, el diablo, gustosamente siempre tendrá provisión para deformar, pervertir y desviar la Iglesia. Por eso, amado siervo de Dios, reflexiona sobre qué enseñas, o a quién permites que te enseñe la Iglesia. Recuerda que hay una palabra dura de parte del Señor a los que proceden sin responsabilidad en este sentido: “Pero tengo contra tí que permites...”

2.2.1.4. Resultados prácticos de la enseñanza de la Palabra de Dios.

1o. Trae vida y eficacia con resultados múltiples en la vida del creyente y de toda la Iglesia en general, porque "la Palabra de Dios es viva y eficaz".

2o. Contribuye al crecimiento sano y robusto de la vida espiritual de cada hijo de Dios. La palabra de Dios es “leche espiritual” que nos hace “crecer para salvación” (1 Pedro 2:2). Es alimento sólido para los que han alcanzado madurez (Hebreos 5:14). En la epístola a los Hebreos se nos presenta, por así decirlo, dos clases de alumnos: los niños y los adultos. El maestro cristiano tendrá la habilidad de preparar las clases acorde a la edad y capacidad de sus alumnos: leche para los niños espirituales; alimento sólido,”vianda” para los adultos espirituales (gente madura). Si somos sabios en la aplicación racional y sistemática de la Palabra, vamos a ver resultados gloriosos. A los “niños”, los vamos a ver “creciendo en todo” y a los “adultos” los vamos a ver “madurando hasta el conocimiento pleno” y en capacidad de edificar a otros (Efesios 4:13-16).

3o. Pone en capacidad a cada creyente para ayudar a otros. Lo que aprendemos de la Palabra es para ayudar a otros. No podemos convertirnos en meros portadores de conocimientos. Pedro nos dice que si “el conocimiento abunda en vosotros no os dejará estar ociosos ni sin fruto” (1 Pedro 1:5-8). El conocimiento de la Palabra va a ser una fuerza interna que nos moverá a dar aplicación práctica a todo lo que teóricamente hemos aprendido. A otros el Espíritu Santo los pondrá en capacidad para “enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2), y “ayudar a otros” (Hechos 16:9), cuando Dios requiere nuestra asistencia.

4o. Pone en capacidad al creyente para obedecer a Dios y ajustarse a su voluntad (Hechos 8:26-40). La labor efectiva que Felipe realizó con el eunuco etiope se debió a la capacidad de este siervo de Dios y el conocimiento que tenía de las Sagradas Escrituras. Dice la Palabra que Felipe “abriendo su boca y comenzando desde esta escritura le anunció el evangelio de Jesús” (v. 35). Esto no fue una mera coincidencia. Felipe estaba capacitado para comenzar desde cualquier escritura para ayudar a este hombre confundido. Su ayuda, su enseñanza, sacó al hombre de sus dudas y fue ganado para Cristo.

5o. Amplía visión misionera y capacidad para obedecer al llamamiento de Dios. El conocimiento del propósito de Dios con la humanidad, el conocimiento de sus planes a través de los siervos de Dios que él usó en la antigüedad, el conocimiento de sus planes a con nosotros y con el mundo que se pierde, el estudio y conocimiento del trato de Dios con los hombres y mujeres que dijeron “sí” para “ir por todo el mundo”, el conocimiento de la labor del Espíritu transformando y cambiando a los hombres y mujeres... Todos ellos son un incentivo para levantar la vista y “mirar los campos que ya están blancos para la siega”. Será la fuerza motriz que nos impulsará a ir.


(1) Explicación de la Hna. Alba Llanes.

© Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut, Rep. Argentina.

sábado, 26 de marzo de 2011

El maestro cristiano

Por Luis E. Llanes.

Para que el maestro pueda desempeñar su ministerio con eficacia es necesario que comprenda algunos aspectos de su actividad que le ayudarán a asumir la verdadera postura ante su trabajo:

1.1.1. Responsabilidad social y divina del maestro cristiano.

1.1.1.1. Exigencia máxima de conocimientos. Requerimiento: estudio.
1.1.1.2. Exigencia máxima de experiencia. Requerimiento: práctica.
1.1.1.3. Exigencia máxima de cumplimiento. Requerimiento: responsabilidad.

En cualquier ramo en que el hombre se desenvuelva se le debe exigir un máximo de conocimientos, de experiencia y de responsabilidad para que pueda llevar a cabo su labor: ya profesional, ya magisterial, ya científica. Por ejemplo, en el caso de un estudiante de medicina, es absurda una graduación con un simple aprobado en sus estudios. Pensemos: si un paciente llega a su consulta para tratarse por un padecimiento y coincidieran sus fallas cognoscitivas con la problemática que se le presenta, no sabría diagnosticar la enfermedad, no sabría qué medicamentos recetar, no sabría qué tratamiento dar, por lo que implicaría una mala praxis y pondría en peligro la vida del paciente.

En todos los casos donde se expone la vida del paciente y en otros que reclaman un sumo grado de responsabilidad por los daños que pudieran ocasionar, debe exigirse una capacitación máxima a aquellos que tienen la responsabilidad de solucionar los problemas. Se supone que ellos son la autoridad, y de ellos no solo se exige conocimientos, sino también habilidad para moverse en su área de acción. Por lo antes mencionado es necesario, que junto al estudio, vaya adquiriendo la experiencia, la cual se obtiene con la constante práctica, investigación y disciplina permanente.

Por otra parte, su conciencia máxima de responsabilidad ante la sociedad le servirá para ejercer su profesión con dedicación, cuidado, esmero, dando lo mejor de sí para ganar la confianza de las gentes.Cuando aplicamos todo esto al educador cristiano, no podemos exigirle menos. No son cuerpos humanos los que enviaríamos al sepulcro, son almas humanas las que conduciríamos al infierno producto de los errores o falencias de la enseñanza del evangelio. Más que ante otras personas, su mayor responsabilidad está ante Dios al cual tendrá que dar cuenta de su mayordomía. Dios da suma importancia a la sana enseñanza y exige suprema responsabilidad de los que enseñan Su Palabra.

En el Antiguo Testamento, era sobre el sacerdote especialmente, que recaía la responsabilidad de enseñar al pueblo la verdad de Dios revelada a través del ministerio profético. Tanto el sacerdote como el profeta, desde sus respectivas perspectivas tenían el deber de enseñar al pueblo el camino por el cual debían andar. A ellos Dios les exigía el perfecto conocimiento de su voluntad, les exigía responsabilidad máxima para enseñar fielmente al pueblo, junto con la capacidad y habilidad para hacerlo. Dios no usaba a sacerdotes ni profetas con conocimientos parciales. Tanto los falsos profetas, como los sacerdotes indolentes eran excluidos de sus ministerios y sobre ellos caía una sentencia de juicio pos su osadía. Conscientes de su trabajo, los verdaderos profetas y los sacerdotes consagrados enseñaron, dirigieron, exhortaron, denunciaron, animaron, consolaron y conformaron al pueblo.

En el Nuevo Testamento, la actividad de Jesús no se concretaba solamente a sanar enfermos, sino que la mayor parte del tiempo lo dedicó a la enseñanza. Dedicó tiempo especial para instruir a sus discípulos y más tarde les encargó el discipulado de otros. En el libro de los Hechos y como resultado del ministerio didáctico de los apóstoles, leemos que los creyentes “perseveraban en la doctrina de los apóstoles”. (Hechos 2:42) y para prevenir a la Iglesia se les alertaba sobre los “falsos maestros que introducirían herejías destructoras” (2 Pedro 2:1).

Santiago, para hacer ver la responsabilidad que asume ante Dios el que ejerce este ministerio sin un llamado específico y sin la capacitación necesaria, les alerta diciendo: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación...” (3:1). Indefectiblemente el juicio de Dios recaerá sobre los falsos enseñadores. Gentes que han desviado al pueblo del fundamento doctrinal y los han desencaminado del camino trazado por Cristo. Su Palabra dice que “perecerán en su propia perdición, recibiendo el galardón de sus propia injusticia...” (2 Ped. 2:1-4 y 12-1). Al maestro cristiano se le ha encomendado la gran responsabilidad de edificar y alimentar a un Cuerpo, la Iglesia y con plena conciencia de la magnitud de su responsabilidad y lo glorioso de su vocación debe hacer su trabajo con dedicación y sacrificio.

1.1.2. Labor edificadora del maestro cristiano (como la de un arquitecto).

1.1.2.1. Debe tener definido el objetivo de su “construcción”, porque el “plano” (planeamiento) depende de ello.
1.1.2.2. Debe elegir adecuadamente el “terreno”, teniendo en cuenta el objetivo.
1.1.2.3. Debe elegir adecuadamente el “material”, teniendo en cuenta el objetivo y el “terreno”.

Todos los dones y ministerios dentro de la Iglesia son para edificarla a ella (Efesios 4:12). Pero si hay un ministerio que se adapta muy bien a ese objetivo es el de la enseñanza. El mismo Jesús, hablando de una vida espiritual bien fundamentada, la comparó con aquél hombre que “al edificar su casa, cavó y ahondó” (Lucas 6:48). El que enseña no solo se edifica él, sino que está llamado para edificar la vida espiritual de otros.

La labor del maestro cristiano es comparable con la obra del arquitecto. La diferencia está en que, mientras el arquitecto construye edificios de hormigón, ladrillos y madera, el maestro cristiano construye la vida cristiana, y carácter de sus alumnos hasta formar a Cristo en su vida. (Gálatas 4:19). Sin embargo, el trabajo del arquitecto asienta algunos principios aplicables a la enseñanza cristiana:

1º. El arquitecto tiene que pensar primero en el objetivo del edificio que va a levantar . De ese factor depende, tanto la conformación del plano, como la elección de los materiales de construcción. El maestro cristiano edifica caracteres, personalidades, vidas cristianas hasta que alcancen la estatura requerida, su madurez espiritual.

2º. El maestro, al igual que el arquitecto, tiene que estar plenamente capacitado para conocer el “material” con que trabaja y cuáles son los elementos que va a necesitar aplicar en el alcance de su objetivo, de lo contrario estará como el hombre errante, caminando a tientas por un camino escabroso, sin rumbo fijo sin poder llegar a donde desea.

Si en verdad consideramos nuestros ministerios como una vocación divina, si en verdad pesa en nuestros corazones nuestro trabajo, tenemos que salir necesariamente del subdesarrollo profesional. Por ejemplo: algunos piensan que el objetivo principal del maestro cristiano es enseñar la Biblia. Hacen del vehículo un objetivo. No tienen en cuenta a quiénes va a enseñar, o no saben qué es lo que va a enseñar y mucho menos cómo lo va a enseñar.

En el caso de los maestros de la Escuela Dominical, aprenden de memoria el pasaje bíblico y lo repiten a sus alumnos, ya sean adolescentes, jóvenes o adultos. Años tras año dicen y hacen lo mismo sin variar. Han perdido el verdadero objetivo, la meta a alcanzar y al perderlo, las palabras se desvanecen como la neblina o la bruma y peor sin dejar huellas en aquellos a quien enseña. No tienen en cuenta edad, intereses, aspiraciones, problemáticas; derivado todo ello del desconocimiento craso de la labor que desempeñan.

Esto es un insulto al ministerio y una falta de respeto a sus alumnos. Pero esto puede pasar también a niveles mas altos como Institutos Bíblicos, Seminarios, Universidades. Uno de los problemas que venimos confrontando por mucho tiempo es la falta de maestros. Hay muchos enseñadores, o tratan de enseñar pero hay pocos maestros. Hay abundancia de pastores, de evangelistas y otros ministerios, pero hay escasez de verdaderos maestros de la Palabra. Estos niveles apuntan a otro objetivo. Ahora no es asunto de dar una aplicación práctica y espiritual al creyente en formación sobre la fidelidad de Dios para su edificación espiritual, ahora se trata de formar ministros para que ministren la enseñanza. Una lección de Escuela Dominical no llena el cometido; una palabra exhortatoria, tampoco.

El asunto es que para el desempeño cabal de un ministerio de enseñanza se necesita conocimiento y experiencia que solo el tiempo y el esfuerzo conjunto entre Dios y el instrumento, llegan a lograr un ministro de enseñanza. Si hay un ministerio en que un neófito no funciona es en éste. Si hay un ministerio donde la ignorancia no funciona es en éste. Pero como este ministerio requiere de esfuerzo, trabajo, paciencia y dedicación esmerada para su debida preparación no es fácil encontrar enseñadores que llenen estos requisitos... y qué pasa... que para llenar el vacío acudimos, lamentablemente, a lo que tenemos a la mano y lo que tenemos a mano no siempre es lo ideal por lo cual de lo que sale graduado de nuestros Seminarios o Institutos no podemos dar crédito real de los conocimientos idóneos y cabales adquiridos. Podemos llenar la pared de certificados, diplomas y títulos pero nada de eso da crédito real de conocimiento.Por otra parte es tan poco reconocido y sí tan menoscabado el ministerio del maestro que no priorizamos el respaldo debido para estos ministerios. Si hubiera verdadera visión, nos daríamos cuenta de la importancia que tienen los constructores de las columnas de este edificio llamado Iglesia.

La labor didáctica requiere de parte del maestro una disposición y predisposición óptima para el aprendizaje. Debe interesarse por su superación personal. Debe aprovechar cada cursillo, seminario, reunión de orientación a los maestros, en todo lo cual adquirirá una serie de conocimientos que le ayudará a perfeccionar su trabajo y lograr objetivos definidos.

Por regla general las organizaciones bien establecidas cuentan con una infraestructura física y docente, con un personal preparado para la capacitación cognoscitiva integral de los alumnos. Sin embargo, en muchos casos, los alumnos salen con mucho conocimiento teológico y bíblico, con conceptos generales de los ministerios, pero no con un concepto real, amplio y genuino de la naturaleza del ministerio que Dios le ha dado. Quizás sepan un poco sobre el ministerio pastoral, ya que se presupone que los seminarios son para preparar pastores solamente. En algunos casos, de una forma independiente, se crean escuelas de evangelismo.

Y yo pregunto, ¿y que dónde están las escuelas que preparen maestros para ejercer la docencia cristiana? ¿O pensamos que la docencia cristiana puede prescindir de los mecanismos científicos que requiere una verdadera enseñanza, porque lo que necesitamos solamente es haber leído la Biblia, ser un poco entusiasta, estar dirigido por el Espíritu y hablar extemporáneamente lo que viene a la mente en el momento?

Por favor, pensemos un poco más en esto e incluyamos, dentro de nuestros seminarios una especialidad postgrado que tienda a la preparación de maestros de la Palabra, no sólo de especialistas en Educación Cristiana a nivel Escuela Dominical, o con conocimientos pedagógicos para tratar con niños y adolescentes, sino de especialistas con conocimientos en Andragogía (educación para adultos), con conocimientos de metrodologías para desarrollar eneseñanza cristiana a nivel universitario, inclusive. De esta forma los pastores serán maestros y los maestros, maestros... verdaderos maestros que no solo les impulse su vocación, sino que sean avalados por su educación. En esta forma, tendremos a nuestra disposición todo un material humano capaz y disponible para ejercer un ministerio cabal.

Por otra parte, tenemos que reconocer, lamentablemente, que hay mucha indiferencia por parte de algunos que prefieren recrearse sobre la arena movediza de una enseñanza superficial y defectuosa, por no hacer el esfuerzo que conduce a “cavar y ahondar para fundamentar sobre la roca”. Un maestro deficiente producirá alumnos deficientes. “Bástale al alumno ser como su maestro”. Si como maestro tienes conciencia de que tu labor es edificar, entonces dignifica tu vida y capacítate para esta tarea, de lo contrario, dedícate a otra cosa.

1.1.3. La personalidad del maestro cristiano (1 Timoteo 1:9; 2:7).

El apóstol Pablo recomienda a Tito: “en la enseñanza, mostrando integridad, seriedad...” (2:7) En breves palabras, describe cómo debe ser un maestro cristiano implicando en ello el carácter de su personalidad. La palabra íntegro quiere decir: “completo en sí mismo” , “que posee cada una de sus partes”.

El maestro cristiano, como persona humana, necesita poner atención a cada uno de sus atributos personales. Velar por su cuerpo para poseer una buena salud es, en primera instancia, importante. De ser posible, debe estar en buenas condiciones físicas para poder desarrollar un ministerio eficaz; cuando la salud se quebranta por excesos o defectos, no rendimos ni somos útiles.

Pero más aún, el maestro cristiano debe velar por su salud mental. Su mente es una de las herramientas principales con las que trabaja. Debe tener lucidez, caridad, definición. Si atenta contra ella suministrando elementos que afecten y emboten su capacidad racional, su capacidad para discernir, para recordar, etc. será imposible desarrollar un ministerio eficaz.

Su equilibrio y control emotivo debe ser parte del carácter maduro del maestro cristiano. Ante sus alumnos debe ser el mismo maestro de siempre y no llevar al aula sus conflictos. Más bien debe orar a Dios para que lo liberte y ponga paz y tranquilidad en su corazón. Dios lo hace.

El maestro cristiano necesita tener una voluntad sometida y controlada por la voluntad de Dios. Solo una voluntad madura es capaz, con la ayuda de Dios, a superar todas las crisis. El problema es que el aula no es el lugar de descargas sentimentales, es su lugar de trabajo, y para realizarlo tiene que estar en forma.

1.1.3.1. Madurez mental o psíquica.

1.1.3.1.1. Debe ser una persona equilibrada.
1.1.3.1.2. Debe ser una persona convencida.
1.1.3.1.3. Debe ser una persona analítica.
1.1.3.1.4. Debe ser una persona flexible.

El maestro necesita un adecuado equilibrio que le permita actuar consecuentemente ante sus alumnos. Los trastornos síquicos, las manías, la neurosis, han producido daño en algunos y han sido la causa de daños en sus alumnos. Algunos casos, entre otros, han sido producto de conflictos económicos, hogareños, en el matrimonio, etc.

Esta situación produce efectos visibles y físicos. He conocido casos de maestros con tics nerviosos que ha sido el hazmerreír de los alumnos. Algunos tienen ciertas manía como hablar y a la vez entretenerse en jugar con una tiza: la tira para arriba, se le cae, la recoge, y vuelve a repetir indefinidamente las acciones. Otros pierden el rumbo o hilo de la enseñanza con frecuencia, porque están con la mente en otra cosa. Todavía se puede mencionar a otros cuyo malhumor es manifiesto en sus actitudes con sus alumnos.

Cuando el maestro entra en un estado así, y sus extravagancias son manifiestas, es necesario que los que dirigen piensen en la necesidad de ayudarlo por medio de unas buenas vacaciones hasta que sea restaurado completamente.

Quizás surja la pregunta de por qué surgen estas crisis. Es necesario entender, y repito, que la mente es el instrumento clave con la cual trabaja el maestro. Cuando la mente se recarga con exceso de estudio y sin descanso, cuando por el exceso de asignaturas tiene que hablar por varias horas en el día y durante la semana... todo esto produce cansancio, estrés, sueño, embotamiento de la mente. Es necesario darle tregua a la mente por medio de intervalos entre clase y clase. Es necesario alimentarse y nunca permitir que la saturación de trabajo y falta de tiempo corte el momento sosegado del tiempo de alimentación, de lo contrario llegaremos al límite de nuestras fuerzas y capacidades produciéndose irremisiblemente la crisis.

No nos dejemos engañar, a veces el diablo no nos hace pecar por defecto pero sí por exceso. Como alguien dijo: “Cuando no puede detenernos, nos acelera para que volquemos” En ocasiones oímos del nombre de una gran profesor: “profesor se Homilética I, II, III, IV, profesor de Teología I,II, II, IV, Profesor de Biblia I, II, III, IV, profesor de, de, de... hasta que se convierte en profesor en el manicomio. No veo ninguna gloria en eso, no somos “figuretis”. Esto no trae gloria a Dios. La carga compartida entre todos es más fácil de llevar y así preservaremos los valores que Dios nos ha dado de una crisis que puede ser irreversible. ¡Ah! Y tú profesor, recuerda que ni te las sabes todas, ni eres un “superman”. No te engañes.

Al maestro cristiano, le es necesario le es necesario poseer una mente con capacidad espiritual para el razonamiento. Hay muchas circunstancias y cuestiones con las cuales ha de encontrarse en el transcurso de su labor y cuyas soluciones no estás en los libros. Si no hay sentido común, si la mente no está ejercitada en el análisis, la creatividad y la deducción lógica con toda seguridad que tendrá dificultades en algunos casos en el proceso de la enseñanza.

El maestro cristiano necesita tener una mente analítica y despierta capaz de tener en consideración nuevas ideas, nuevos conceptos. Debe ser capaz de analizarlos sin temor a ser confundido, capacidad para deslindar la verdad del error, lo bueno de lo malo, lo funcional de lo no funcional, lo aceptable de lo no aceptable, etc. A este proceso se le llama: discernimiento.

El maestro cristiano tiene que estar convencido en su propia mente de las verdades que va a enseñar. La convicción reviste al maestro de autoridad inspira confianza al alumno.

El maestro cristiano tiene que tener bien claras en su mente las verdades que va a enseñar. Verdades que no ha entendido conceptos oscuros en su mente, principios no bien establecidos, produce una enseñanza deficiente y por consecuencia infructuosa.

El maestro cristiano tiene que ser capaz de rectificar sus errores. No siempre lo sabemos todo, a veces hemos aprendido mal, pero cuando la lumbre del conocimiento (Proverbios 6:23) y la verdad revelada iluminan su mente, como luz debe dejarla brillar. Deber permitir que la luz de la verdad brille a través de él.

1.1.3.2. Madurez afectiva.

1.1.3.2.1. Debe tener dominio propio (templanza).
1.1.3.2.2. Debe caracterizarle un espíritu afable y afectuoso.

El maestro cristiano necesita ser un individuo que tenga control completo sobre la manifestación de sus afectos. Debe buscar un equilibrio emotivo. Si, por una parte, el carácter explosivo es dañino, el carácter extremadamente pasivo o melancólico también es malo, porque atenta contra las relaciones comunicativas y sociales que tiene que tener, necesariamente, con sus alumnos.

Un maestro que un día se presenta ante la clase alegre, lleno de optimismo, y al otro día se presenta triste, reflejando en su rostro la angustia de su dilema, produce un efecto desastroso en la clase. Un maestro que un día se presenta ante sus alumnos afable y afectuoso, y al otro día se presenta, huraño, reseco y de mal humor, hace que sus alumnos le pierdan la confianza y hasta el respeto también. Un maestro que un día trata al incapaz e ignorante con extremada paciencia, y al otro día le gritonea y ofende por sus falencias se daña él mismo y daña a sus alumnos.

El maestro tiene que tener un carácter templado. Debe ser capaz de mostrarse ecuánime ante toda circunstancia, y paciente ante la incapacidad e ignorancia de algunos. La afabilidad y cordialidad tienen que ser características permanentes del maestro. Esto le hace atractivo a sus alumnos; todo sin afectación de la seriedad en la enseñanza. (Tito 2:7).

Estos aspectos son perfectamente conjugables, se complementan para hacer del maestro una persona competente. De igual forma que las afectaciones síquicas tiende a afectar el ministerio del maestro, así también los problemas afectivos, los desequilibrios emocionales, impiden el buen ejercicio de su ministerio. El maestro debe estar vigilante sobre todos los factores que le conduzcan a este tipo de crisis, pues son muchas las causas que pueden provocarlos. Debe buscar ayuda a tiempo, de aquellos que tienen la capacidad y la comprensión necesaria para apoyarlo. Más vale una pequeña ayuda a tiempo que no una ayuda grande fuera de tiempo. Pero sobre, todas las cosas ,debe buscar en el Maestro de los maestros, Jesucristo, la paciencia, la tranquilidad el sosiego y la mansedumbre que solo Él puede y sabe impartir.

1.1.3.3. Madurez volitiva.

1.1.3.3.1. Debe ser persistente y paciente.
1.1.3.3.2. No debe dejarse influenciar por las dificultades.
1.1.3.3.3. Debe ser capaz de salvar situaciones y sobreponerse a aparentes fracasos.

Santiago dice que “el hombre de doblado ánimo es inconstante en todos sus caminos”. Si hay una cualidad sumamente necesaria, es una voluntad firme para alcanzar los objetivos en la vida, y muy especialmente en la vida cristiana.

Pensemos en un escultor. A base de cincel y maza, le va dando forma a la deforme roca. Paciente, persistente, día a día, logra sacarle a la roca marmórea la imagen preconcebida. El maestro cristiano es escultor de caracteres, de personalidades, de vidas espirituales, de ministerios. Con el cincel de la Palabra, con la maza de la oración, sobre el altar de la dedicación y la decisión de una voluntad fuerte, va viendo día a día recompensados sus esfuerzos.

La enseñanza es un ministerio cuyos frutos se logran a largo plazo, pero asegura la cosecha. Asienta bases sólidas en el presente para lograr un futuro estable, seguro, eficiente y fructífero. Es el método más demorado pero que hace provisión para soluciones seguras. Es la solución anticipada de problemas futuros. Es la correctora de anormalidades incipientes en el presente para evitar males posteriores. Comienza con el amanecer, termina con el anochecer.

Consciente de todo lo que lleva implícito el ministerio de la enseñanza, es necesario que el maestro cristiano no se deje influenciar por las actitudes que se presentan en el ejercicio de su ministerio, sino que con tesón sea capaz de salvar soluciones embarazosas y sobreponerse a posibles fracasos; capaz, también, de condescender y ponerse al lado del ignorante, del lerdo en el aprendizaje, mostrando el mismo espíritu de ayuda que muestra al capaz y adelantado. “El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero”. (2Timoteo 2:6).

2.1.4. La ética del maestro cristiano.

La ética es la disciplina que trata de las leyes que rigen las relaciones humanas. El maestro está tratando diariamente con sus alumnos y, como es natural, existen ciertas leyes especiales que rigen esas relaciones. El ignorarlas u olvidarlas impediría el proceso normal de su ministerio; conocerlas y aplicarlas conduce al logro de sus propósitos.

1.1.4.1. Aspectos:

1.1.4.1.1. Interrelación maestro-alumno.
1.1.4.1.2. Correlación maestro-alumno.
1.1.4.1.3. Comunicación maestro-alumno.
1.1.4.1.4. Correspondencia maestro-alumno.

Si no existieran alumnos, los maestros estarían de más, ya que lo que el maestro es lo es en relación a sus alumnos. El maestro está hecho para el alumno; el alumno está hecho para el maestro. Hay una relación de principios, de leyes que actúan en estas relaciones. El alumno conoce su posición ante el maestro, reconoce la superioridad intelectual del maestro; reconoce su dependencia de su maestro para el aprendizaje, reconoce que el maestro tiene cierto grado de autoridad sobre él. Quizás pudiéramos decir que es algo intuitivo en el alumno. Por otra parte al maestro le corresponde, ayudarlos y enseñarlos, aprovechando: primero, su posición y segundo, la predisposición del alumno para ser enseñado. Los alumnos esperan, conscientes o inconscientes, el máximo de sus maestros. El maestro debe constreñir al alumno a dar el máximo de sí correspondiendo a su esfuerzo. A esto es a lo que llamamos correlación maestro-alumno.

1.1.4.2. Actitud del maestro hacia el alumno.

1.1.4.2.1. Debe marcar siempre un límite de confianza, manteniendo su posición.
1.1.4.2.2. Debe valorarlos como seres humanos (criaturas de Dios).
1.1.4.2.3. No debe denigrarlos ni en presencia, ni en ausencia de ellos.
1.1.4.2.4. No debe resaltar sus defectos, ni burlarse de ellos, ni permitir que otro asuma esa actitud, en su presencia. Debe ser defensor.
1.1.4.2.5. No debe parcializarse.
1.1.4.2.6. Debe ser reservado, sobre todo en relación a las cuestiones privadas de los alumnos.
1.1.4.2.7. No debe transmitir sus problemas ni conflictos de carácter personal.

© Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut, Rep. Argentina.

Las tres caras de la enseñanza

Por Luis E. Llanes.
 
Mientras que exista una Iglesia que edificar y una vida espiritual que necesite ayuda para su crecimiento, mientras que haya ministerios que capacitar y un mandamiento expreso que obedecer (Mateo 20:18-20) el tema de la enseñanza cristiana tendrá vigencia y un lugar céntrico en todas las áreas del desarrollo de la Iglesia de Jesucristo. Quizás algunos aleguen que “mucho se ha escrito sobre el tema”, sin embargo esto no es excusa para no poner de relieve y recalcar el papel que juega la enseñanza dentro de la Iglesia; más bien las circunstancias que rodean a la Iglesia actual es un desafío para seguir insistiendo, investigando, aportando ideas en esta área que el mismo Señor explotó hasta lo último dejándonos un ejemplo para seguir.

No creo que este corto estudio pueda decir nada sumamente extraordinario y una última novedad en el tema, pero uno de lo los motivos que me ha inspirado a escribirlo es el hecho de que, precisamente, a pesar de todos los aportes que ha hecho la didáctica moderna para actualizar a nuestros maestros y profesores en las mejores técnicas de la enseñanza, a pesar de todos los esfuerzos que está haciendo la Iglesia para que nuestros profesores de Institutos Bíblicos y maestros de Escuela Dominical se superen y mejoren sus métodos, vemos, sin embargo a muchos que, forzados quizás por el facilismo, por la falta de tiempo, exceso de trabajo o negligencia, se aferran a métodos arcaicos, donde el profesor se convertía en un suministrador de datos y el alumno un robot a quien programar.

Al abordar este tema tan antiguo como moderno, quisiera hacerlo desde tres perspectivas diferentes:

1. LA FILOSOFÍA CRISTIANA DE LA ENSEÑANZA,
2. LA TEOLOGÍA CRISTIANA DE LA ENSEÑANZA.
3. LA PRÁCTICA CRISTIANA DE LA ENSEÑANZA.

De la visión que tengamos de nuestro ministerio y las actitudes a asumir dependerán en sumo grado el concepto que tengamos de lo que es enseñar. Antiguamente cuando se le preguntaba a un profesional (y todavía consta en los antiguos tratados de didáctica) cuál era el concepto de “enseñanza”, no vacilaba a responder, porque eso fue, justo, lo que aprendió sin objeción alguna, que: “Enseñar es impartir conocimientos”. Otra definición algo más amplia que incluía al alumno era: “Suministrar al alumno un caudal de verdades para que sean entendidas y aprendidas por el mismo”. Sobre el método de aprendizaje: la lectura repetitiva, hasta lograr reproducir con puntos y comas todo lo que el maestro dictaba o el libro decía.

Recuerdo, cuando estaba en la primaria, mi padre (maestro de primaria) con el mejor deseo de ayudarme me hacía aprender “al dedillo” todo lo dictado o todo lo leído. En ocasiones, por el olvido de un conector, me hacía repetir nuevamente todo desde el principio. Siempre me quedaba la sensación de incapacidad y de imposibilidad. En una prueba, por el olvido de una palabra, (y con la posibilidad de sustituirla por un sinónimo) me trababa a tal extremo de ponerme tan nervioso que desaprobaba el examen, porque tenía que decir exactamente como lo redactado en el libro. Recuerdo que en una prueba de Anatomía, cursando el secundario, una de los temas que se nos impuso fue hablar del sistema óseo. Empecé bien, pero me trabé (como casi siempre me pasaba) y me atreví a romper el formato y comencé a redactar, por mi cuenta y con mis propias palabras, lo que había estudiado. Para sorpresa mía aprobé la prueba. Con otras palabras, al fin y al cabo dije lo mismo que el libro decía. Todo esto se cuenta ahora y parece increíble, sin embargo  es cierto.

Esas y otras definiciones no hacen mas que exponer la filosofía maestrocéntrica de la enseñanza. En todo caso la actividad de la enseñanza recaía sobre el profesor: estudio, investigación, programación, metodología, etc. Mientras que el alumno se convertía en un ente pasivo que como un frasco impersonal y vacío, recibía todo lo que se quería “envasar”.

Dentro del contexto de la didáctica moderna, aunque el maestro juega un papel siempre importante en los mecanismos interactivos de la enseñanza y aprendizaje, sin embargo, es el alumno el eje alrededor del cual gira la rueda de toda esta actividad. Teniendo en cuenta al alumno como el ente principal y objetivo para enseñar, pero sin excluir al maestro, podemos definir la enseñanza como la habilidad que aplica el maestro para incentivar toda la personalidad del alumno (cuerpo, mente, afectos y voluntad unidas a todas sus capacidades cualitativas y cuantitativas) para que descubra por medio de él mismo las verdades a través de la investigación la práctica y la experiencia. En este caso el maestro jugará un papel directivo y correctivo. Empleará toda la iniciativa personal de su alumno, lo instará a que forje sus propios conceptos y llegue a las conclusiones finales. Desde esta perspectiva el alumno se transforma en un ente activo en toda la actividad cognoscitiva.
 
© Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut, Rep. Argentina.

viernes, 25 de marzo de 2011

Las funciones de la Educación Cristiana

Por: Alba L. Llanes

 

Son seis los ámbitos de acción de la Iglesia. La Educación Cristiana permite integrar al creyente y ponerlo en acción en cada uno de ellos:

I. El kerigma o proclamación del Evangelio.

Este ámbito está relacionado directamente con la evangelización mediante la predicación (Marcos 16:15). La Educación Cristiana tiene una doble función evangelizadora: permite alcanzar a los perdidos y convertirlos en evangelizadores. En el primero de los casos, encontramos que particularmente la Escuela Dominical, como una de las formas de la Educación Cristiana, ha servido como instrumento de evangelización a niños y adultos. Muchos son los creyentes que testifican haber aceptado al Señor Jesús como su Salvador personal en clases de Escuela Dominical, en las que el maestro los llevó a un encuentro con Dios. En el segundo de los casos, la Educación Cristiana capacita al creyente para convertirse en un efectivo evangelizador.

II.La didaché o enseñanza del Evangelio.

Está relacionada con la formación de los discípulos mediante la enseñanza (Mateo 28:19,20). Indiscutiblemente que el propósito fundamental de la Educación Cristiana es consolidar al creyente en el conocimiento de la Palabra y en la experiencia cristiana, con el fin de edificar la Iglesia sobre el sólido fundamento de “los apóstoles y profetas” cuya “piedra angular” es Jesucristo.

III. La propheteía o acción profética.

Roberto Pazmiño señala que la “acción profética” de la iglesia tiene que ver específicamente con la denuncia de la maldad en todas sus formas y su oposición a ella, en medio de un mundo pecador y malvado. La Educación Cristiana debe preparar al creyente para ser “luz del mundo” y “sal de la tierra”, mediante el testimonio hablado y práctico; para ser como Noé o como Jonás, una “señal” en medio de su generación.

IV. La koinonía o comunión.

Se refiere a las relaciones de los creyentes con Dios y entre ellos mismos. Como hemos visto en el primer punto, la Educación Cristiana es un proceso integrador: el creyente introducido en el Cuerpo de Cristo, mediante el nuevo nacimiento, establece una relación estrecha y dinámica con el Salvador y con los demás salvados. Mediante el conocimiento de las Sagradas Escrituras y la experiencia cristiana, el cristiano aprende a amar a Dios y a sus hermanos. La Escuela Dominical y los programas de Discipulado deben fomentar el fortalecimiento de la comunión cristiana.

V. La diakonía o servicio.

Toda la labor que despliega el creyente dentro de la Iglesia, y toda la labor que despliega esta en el Mundo. La Educación Cristiana en toda su extensión debe enseñar al creyente a ser un servidor, a trabajar a favor de los demás, sean creyentes o no creyentes, tanto en forma individual como en acciones colectivas, como parte de la Iglesia.

VI. La leitourgía o culto.

De la palabra griega leitourgía (laos – pueblo; ergon – trabajo, obra: trabajo u obra del pueblo) que significa “servicio”, “ministerio. Si la diakonía señala el servicio al prójimo, la leitourgía nombra el servicio que ofrecemos directamente a Dios a través de la adoración rendida a El en cada uno de nuestros actos: en el culto eclesiástico y en nuestra vida cotidiana. En otras palabras, es la ministración de gloria, honra y alabanza que hacemos hacia el Señor no sólo cuando venimos al templo, sino en nuestros actos cotidianos. La Educación Cristiana debe apuntar a la formación de un creyente – adorador en todo el amplio sentido de la palabra: que honre a Dios en cada acto de su vida.

VII. La martyria o testimonio.

Esta palabra resume toda la acción de la Iglesia en sus diversos ámbitos. El creyente, como parte de ella, es un testimonio directo ante el mundo, del amor de Dios, de Su Plan de Redención y de Su Voluntad Eterna.
 
Por otra parte, tal y como ampliaremos en los próximos temas, la Educación Cristiana afecta las dimensiones de la vida del creyente:

DIMENSION INTELECTUAL.
Tiene que ver con el conocimiento de la Palabra de Dios y con la fe como convicción y doctrina.

DIMENSION AFECTIVA:
Tiene que ver con los sentimientos, emociones y pasiones.

DIMENSION EXPERIMENTAL
Tiene que ver con el comportamiento del creyente en toda su extensión, tanto en la acción profética, en el servicio, como en la adoración.

Tomado de: Llanes, Alba. Seminarios de Capacitación en Educación Cristiana. Módulo 1: “Introducción a la Educación Cristiana”. Los Ángeles, California, 2003 / Rancho Cucamonga, California: EDICI, 2007. Parte del material de este seminario fue preparado originalmente para la materia “Escuela Dominical”, del primer año de estudios del Instituto Bíblico Patagónico, y que fue dictada por la autora, desde 1994 hasta 1998.


© Alba L. Llanes. EDICI. Rancho Cucamonga, CA. 2007. Ministerio Luz y Verdad.